La ceguera de la soledad por instantes nos impide vernos a nosotros mismos ...
A veces durante el trajín de la vida, olvidamos a la persona más importante para nosotros: Uno mismo.
¿Quién no ha
buscado refugio en brazos ajenos y sólo encuentra desolación e indeferencia?
¿Quién no ha
vivido momentos de urgente necesidad de ser escuchado y lo único que encuentra
son solo oídos sordos?
¿Quién no ha
vivido la soledad en el alma queriendo buscar compañía y las calles desiertas
son solo mudas testigas de su tristeza?
¿Quién no ha
querido compartir una mesa para saborear una amena plática?
¿Quién no se
esfuerza por alcanzar grandes metas sin tener con quién festejarlas?
Éstas y muchas
más interrogantes asaltan a mi mente, en ocasiones tan confundida y en otras tantas
con una lucidez impresionate.
Busco a la
persona idealizada en mis sueños con quien reinventar la historia de mi vida;
célebres personajes van apareciendo de uno en uno al tiempo que los voy
descartando por no encontrar en ellos lo que impaciente la tinta quiere
escribir. Nadie cubre el perfil que tanto ambiciono.
Y así van
pasando minutos valiosos sin todavía encontrar respuesta; de repente y en uno
de tantos paseíllos por el cuarto, atino a mirar mi imagen reflejada en el
espejo, me doy cuenta que ese ser maravilloso que vive al otro lado es fiel
reflejo de lo que durante años he estado buscando.
¡Soy yo,
exclamo emocionado.!
¡Soy yo quien
siempre me he escuchado.!
¡Soy yo el que
nunca me he abandonado.!
¡Soy yo a quien
durante años dejé olvidado.!
Hoy me doy
cuenta que para mí el único amigo fiel y sabio consejero he sido yo.
Hoy bendigo al
cielo por haberme encontrado …
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